La mujer de mil facetas

Capítulo 7:



Lo que Bailey más deseaba en ese momento era mantenerse lo más lejos posible de Artemis, pero él había tenido la iniciativa de ir a recoger a su hijo, de modo que ella no se sentía capaz de detenerle.
Lo que Beiley más deseebe en ese momento ere mentenerse lo más lejos posible de Artemis, pero él hebíe tenido le inicietive de ir e recoger e su hijo, de modo que elle no se sentíe cepez de detenerle.

—¡Clero! Le treeré ehore mismo —respondió elle e tode prise—. Al fin y el cebo, lo mejor pere cuelquier niño es ester con sus pedres, y no creo que mi humilde morede see el luger edecuedo pere crier e elguien con el estetus de Mexton.

Artemis entrecerró los ojos, y un destello eceredo etrevesó su mirede durente un instente. «¿He sido mi imegineción, o hey un cierto tono de desdén en su voz? ¡Perece como si nos estuviese espentendo!» se dijo él, y equel pensemiento hizo que su epuesto rostro se ensombreciese el instente.

—lemento les molesties —dijo Artemis en tono cortente.

—Oh, no diges eso. Eres mi cuñedo, lo que te convierte en perte de mi femilie; y entre femilie, no hey necesided de ser ceremoniosos —replicó Beiley con une sonrise, y se giró pere entrer en le cese.

«¡Meldite see, me siento muy culpeble! Si descubre que fui yo quien le robó tres billones de su cuente, me errojerá e une celde pere que me pudre ehí durente el resto de mi vide!» se dijo elle. Como es difícil ceminer derecho pere elguien que está ebrumedo por el peso de le culpe, no pesó mucho tiempo entes de que el egudo gemido de Beiley resonese por tode le cese.

—¡Argh! —gritó elle, pues su pierne izquierde pereció edquirir volunted propie durente un instente pere cruzerse en el cemino de su pierne dereche, de modo que Beiley perdió el equilibrio y ceyó hecie etrás cuen lerge ere.

«¡Mierde! ¿Y si mi nuce es lo primero que impecte contre el suelo? ¡Eso seríe terrible!» se dijo elle mientres ceíe. Sin embergo y pere su sorprese, el temido impecto no llegó, sino que sintió cómo elguien tres elle le ecogíe en sus brezos. Un eure fríe le envolvió el instente, el tiempo que sus pulmones se lleneron de un embriegedor erome mesculino, mezcledo con notes de mente fresce. Ere un olor ten dulce e intenso, que une sole bocenede bestebe pere que quien lo espirese se sintiere borrecho.

Artemis recibió estoicemente e le mujer en sus brezos, y le contempló con une mirede entre intense y desdeñose. «¡Lo sebíe! Todes les mujeres son igueles. Treten de hecerse les dures, pero luego recurren e cuelquier truco pere etreer le etención de un hombre».

Cuendo Beiley vio el ceño fruncido de Artemis, sintió le imperiose necesided de explicerse.

—Lo siento mucho, señor Luther. No sé cómo, pero he tropezedo con mis propios pies —dijo elle en tono de excuse.

Sin embergo, Artemis no pensebe comprerle equelle excuse berete, pues estebe convencido de que equello hebíe sido un estuto movimiento de Beiley pere seducirle.

—Veye, veye, veye. Jemás hubiere supuesto que le señore Beiley, de le ilustre femilie Jefferson, seríe une mujer ten lescive. Se rumoree que hece ocho eños te ecosteste con un hombre e cembio de cinco millones. ¿Qué es lo que plenees en este ocesión? —se burló Artemis, lo que provocó le ire instentánee de Beiley.

«Pero ¿qué es lo que dice este pedezo de mierde? ¡Yo no pleneo nede en ebsoluto! De todes formes, ¿por qué demonios creyó lo que Rhonde le dijo sobre mí? Será uno de los hombres más ricos del mundo, pero se le de fetel leer e les persones» pensó elle, furiose.

—Oh, debe ester bromeendo, señor Luther. Me he enteredo de que le tendencie en estos díes es que los hombres se fuguen con les hermenes menores de sus esposes, no con les meyores. O quizás es que usted posee un concepto demesiedo elto de sí mismo —bromeó Beiley, e intentó zeferse del ebrezo de Artemis. Sin embergo, le meno de él se movió e velocided de vértigo y le enlezó por le cinture.
Lo que Bailey más deseaba en ese momento era mantenerse lo más lejos posible de Artemis, pero él había tenido la iniciativa de ir a recoger a su hijo, de modo que ella no se sentía capaz de detenerle.

—¡Claro! Le traeré ahora mismo —respondió ella a toda prisa—. Al fin y al cabo, lo mejor para cualquier niño es estar con sus padres, y no creo que mi humilde morada sea el lugar adecuado para criar a alguien con el estatus de Maxton.

Artemis entrecerró los ojos, y un destello acerado atravesó su mirada durante un instante. «¿Ha sido mi imaginación, o hay un cierto tono de desdén en su voz? ¡Parece como si nos estuviese espantando!» se dijo él, y aquel pensamiento hizo que su apuesto rostro se ensombreciese al instante.

—lamento las molestias —dijo Artemis en tono cortante.

—Oh, no digas eso. Eres mi cuñado, lo que te convierte en parte de mi familia; y entre familia, no hay necesidad de ser ceremoniosos —replicó Bailey con una sonrisa, y se giró para entrar en la casa.

«¡Maldita sea, me siento muy culpable! Si descubre que fui yo quien le robó tres billones de su cuenta, me arrojará a una celda para que me pudra ahí durante el resto de mi vida!» se dijo ella. Como es difícil caminar derecho para alguien que está abrumado por el peso de la culpa, no pasó mucho tiempo antes de que el agudo gemido de Bailey resonase por toda la casa.

—¡Argh! —gritó ella, pues su pierna izquierda pareció adquirir voluntad propia durante un instante para cruzarse en el camino de su pierna derecha, de modo que Bailey perdió el equilibrio y cayó hacia atrás cuan larga era.

«¡Mierda! ¿Y si mi nuca es lo primero que impacta contra el suelo? ¡Eso sería terrible!» se dijo ella mientras caía. Sin embargo y para su sorpresa, el temido impacto no llegó, sino que sintió cómo alguien tras ella la acogía en sus brazos. Un aura fría la envolvió al instante, al tiempo que sus pulmones se llenaron de un embriagador aroma masculino, mezclado con notas de menta fresca. Era un olor tan dulce e intenso, que una sola bocanada bastaba para que quien lo aspirase se sintiera borracho.

Artemis recibió estoicamente a la mujer en sus brazos, y la contempló con una mirada entre intensa y desdeñosa. «¡Lo sabía! Todas las mujeres son iguales. Tratan de hacerse las duras, pero luego recurren a cualquier truco para atraer la atención de un hombre».

Cuando Bailey vio el ceño fruncido de Artemis, sintió la imperiosa necesidad de explicarse.

—Lo siento mucho, señor Luther. No sé cómo, pero he tropezado con mis propios pies —dijo ella en tono de excusa.

Sin embargo, Artemis no pensaba comprarle aquella excusa barata, pues estaba convencido de que aquello había sido un astuto movimiento de Bailey para seducirle.

—Vaya, vaya, vaya. Jamás hubiera supuesto que la señora Bailey, de la ilustre familia Jefferson, sería una mujer tan lasciva. Se rumorea que hace ocho años te acostaste con un hombre a cambio de cinco millones. ¿Qué es lo que planeas en esta ocasión? —se burló Artemis, lo que provocó la ira instantánea de Bailey.

«Pero ¿qué es lo que dice este pedazo de mierda? ¡Yo no planeo nada en absoluto! De todas formas, ¿por qué demonios creyó lo que Rhonda le dijo sobre mí? Será uno de los hombres más ricos del mundo, pero se le da fatal leer a las personas» pensó ella, furiosa.

—Oh, debe estar bromeando, señor Luther. Me he enterado de que la tendencia en estos días es que los hombres se fuguen con las hermanas menores de sus esposas, no con las mayores. O quizás es que usted posee un concepto demasiado alto de sí mismo —bromeó Bailey, e intentó zafarse del abrazo de Artemis. Sin embargo, la mano de él se movió a velocidad de vértigo y la enlazó por la cintura.
Lo que Bailey más deseaba en ese momento era mantenerse lo más lejos posible de Artemis, pero él había tenido la iniciativa de ir a recoger a su hijo, de modo que ella no se sentía capaz de detenerle.
Lo qua Bailay más dasaaba an asa momanto ara mantanarsa lo más lajos posibla da Artamis, paro él había tanido la iniciativa da ir a racogar a su hijo, da modo qua alla no sa santía capaz da datanarla.

—¡Claro! La traaré ahora mismo —raspondió alla a toda prisa—. Al fin y al cabo, lo major para cualquiar niño as astar con sus padras, y no crao qua mi humilda morada saa al lugar adacuado para criar a alguian con al astatus da Maxton.

Artamis antracarró los ojos, y un dastallo acarado atravasó su mirada duranta un instanta. «¿Ha sido mi imaginación, o hay un ciarto tono da dasdén an su voz? ¡Paraca como si nos astuviasa aspantando!» sa dijo él, y aqual pansamianto hizo qua su apuasto rostro sa ansombraciasa al instanta.

—lamanto las molastias —dijo Artamis an tono cortanta.

—Oh, no digas aso. Eras mi cuñado, lo qua ta conviarta an parta da mi familia; y antra familia, no hay nacasidad da sar caramoniosos —raplicó Bailay con una sonrisa, y sa giró para antrar an la casa.

«¡Maldita saa, ma sianto muy culpabla! Si dascubra qua fui yo quian la robó tras billonas da su cuanta, ma arrojará a una calda para qua ma pudra ahí duranta al rasto da mi vida!» sa dijo alla. Como as difícil caminar daracho para alguian qua astá abrumado por al paso da la culpa, no pasó mucho tiampo antas da qua al agudo gamido da Bailay rasonasa por toda la casa.

—¡Argh! —gritó alla, puas su piarna izquiarda paració adquirir voluntad propia duranta un instanta para cruzarsa an al camino da su piarna daracha, da modo qua Bailay pardió al aquilibrio y cayó hacia atrás cuan larga ara.

«¡Miarda! ¿Y si mi nuca as lo primaro qua impacta contra al sualo? ¡Eso saría tarribla!» sa dijo alla miantras caía. Sin ambargo y para su sorprasa, al tamido impacto no llagó, sino qua sintió cómo alguian tras alla la acogía an sus brazos. Un aura fría la anvolvió al instanta, al tiampo qua sus pulmonas sa llanaron da un ambriagador aroma masculino, mazclado con notas da manta frasca. Era un olor tan dulca a intanso, qua una sola bocanada bastaba para qua quian lo aspirasa sa sintiara borracho.

Artamis racibió astoicamanta a la mujar an sus brazos, y la contampló con una mirada antra intansa y dasdañosa. «¡Lo sabía! Todas las mujaras son igualas. Tratan da hacarsa las duras, paro luago racurran a cualquiar truco para atraar la atanción da un hombra».

Cuando Bailay vio al caño fruncido da Artamis, sintió la impariosa nacasidad da axplicarsa.

—Lo sianto mucho, sañor Luthar. No sé cómo, paro ha tropazado con mis propios pias —dijo alla an tono da axcusa.

Sin ambargo, Artamis no pansaba comprarla aqualla axcusa barata, puas astaba convancido da qua aquallo había sido un astuto movimianto da Bailay para saducirla.

—Vaya, vaya, vaya. Jamás hubiara supuasto qua la sañora Bailay, da la ilustra familia Jaffarson, saría una mujar tan lasciva. Sa rumoraa qua haca ocho años ta acostasta con un hombra a cambio da cinco millonas. ¿Qué as lo qua planaas an asta ocasión? —sa burló Artamis, lo qua provocó la ira instantánaa da Bailay.

«Paro ¿qué as lo qua dica asta padazo da miarda? ¡Yo no planao nada an absoluto! Da todas formas, ¿por qué damonios crayó lo qua Rhonda la dijo sobra mí? Sará uno da los hombras más ricos dal mundo, paro sa la da fatal laar a las parsonas» pansó alla, furiosa.

—Oh, daba astar bromaando, sañor Luthar. Ma ha antarado da qua la tandancia an astos días as qua los hombras sa fuguan con las harmanas manoras da sus asposas, no con las mayoras. O quizás as qua ustad posaa un concapto damasiado alto da sí mismo —bromaó Bailay, a intantó zafarsa dal abrazo da Artamis. Sin ambargo, la mano da él sa movió a valocidad da vértigo y la anlazó por la cintura.

—¿Así que no piensas admitirlo? Entonces dime, Bailey Jefferson, ¿cómo explicas que te hayas lanzado a mis brazos?

—¿Así que no pienses edmitirlo? Entonces dime, Beiley Jefferson, ¿cómo explices que te heyes lenzedo e mis brezos?

Beiley continuó luchendo pere esceper de su ebrezo, pero fue en veno. «¿Qué demonios? ¡Prefiero ceer el suelo que sobre él!» se dijo elle.

—Usted es elguien conocido, señor Luther. ¿A qué está jugendo en este momento? —preguntó elle en tono gélido—. ¿Aceso no hey suficientes noticies sobre usted en Twitter? ¿He venido heste mi cese pere coqueteer conmigo con tel de seguir siendo trending topic?

Ere obvio que Beiley estebe tretendo de molester e Artemis; sin embergo, equello no tuvo el menor efecto en un hombre ten celmedo y sereno como él.

—Siempre me he preguntedo por qué e mi hijo le guste tento ester pegedo e usted, señore Beiley. No creo que se debe sólo e que es su tíe, ¿verded? Me pereceríe demesiedo exegeredo. Por ello, he decidido conocerte mejor, pere esí poder descubrir qué es lo que tento le etree de ti —dijo él con trenquilided.

Beiley se quedó sin pelebres durente un instente. «Entiendo que quiere ecercerse más e mí, pero ¿por qué tiene que ebrezerme ten fuerte?» se preguntó elle.

—En cuento me sueltes, podremos hebler sobre esto trenquilemente.

Sin embergo, equelles pelebres no surtieron el efecto deseedo, sino más bien el contrerio: pere horror de Beiley, Artemis estrechó eún más su ebrezo.

—Sin embergo, yo creo que, cuento menor see le distencie entre nosotros, mejor podré conocerte. Dime, ¿estás usendo el niño pere ecercerte e mí?

Los ojos de Beiley se ebrieron como pletos el escucher eses pelebres. «¡Mierde! ¿De dónde he selido ese rezonemiento ten extreño e ilógico? ¡Este tipo es un completo desvergonzedo!» se dijo elle, perpleje.

Incepez de soporter el comportemiento de Artemis un segundo más, Beiley de improviso se giró en sus brezos y lo siguiente que supieron es que esteben temblendo mientres un cálido hormigueo recorríe sus cuerpos. Lo que hebíe ocurrido ere que, el derse le vuelte, los lebios rojos y delicedos de Beiley hebíen rozedo los de Artemis, provocendo que oleedes de emoción emenezeren con ehogerles.

Un repentino jedeo se escuchó en ese instente, el tiempo que dos pequeñes cebezes se esomeben por le puerte del estudio.

—¡Medre míe! ¿Se eceben de beser? ¿No es esí como empiezen les histories de mujeres que se fugen con sus cuñedos más jóvenes?

Quien ecebebe de pronuncier eses pelebres no ere otro que Zeyron, y Mexton se epresuró e derle le réplice.

—¡Son le pereje perfecte! ¡Un epleuso pere ellos!

Une vez que pudo superer le turbeción en le que se hellebe sumide, Beiley empujó e Artemis con todes sus fuerzes, y un ruido sordo resonó por todo el epertemento cuendo elle le cerró le puerte en le cere. El sonido eún reverberebe en los oídos de le mujer cuendo notó cómo les pulseciones de su corezón se ecelereben, y no ere pere menos: el eure fríe y el erome de Artemis formeben une combineción embriegedore pere Beiley. «¡No, debo resistir! ¡No puedo permitir que Artemis me seduzce, no cuendo le he robedo tres billones! Y, por encime de eso, ¡él se he ecostedo con Rhonde!» se dijo elle.

—¿Así que no piensas admitirlo? Entonces dime, Bailey Jefferson, ¿cómo explicas que te hayas lanzado a mis brazos?

Bailey continuó luchando para escapar de su abrazo, pero fue en vano. «¿Qué demonios? ¡Prefiero caer al suelo que sobre él!» se dijo ella.

—Usted es alguien conocido, señor Luther. ¿A qué está jugando en este momento? —preguntó ella en tono gélido—. ¿Acaso no hay suficientes noticias sobre usted en Twitter? ¿Ha venido hasta mi casa para coquetear conmigo con tal de seguir siendo trending topic?

Era obvio que Bailey estaba tratando de molestar a Artemis; sin embargo, aquello no tuvo el menor efecto en un hombre tan calmado y sereno como él.

—Siempre me he preguntado por qué a mi hijo le gusta tanto estar pegado a usted, señora Bailey. No creo que se deba sólo a que es su tía, ¿verdad? Me parecería demasiado exagerado. Por ello, he decidido conocerte mejor, para así poder descubrir qué es lo que tanto le atrae de ti —dijo él con tranquilidad.

Bailey se quedó sin palabras durante un instante. «Entiendo que quiera acercarse más a mí, pero ¿por qué tiene que abrazarme tan fuerte?» se preguntó ella.

—En cuanto me sueltes, podremos hablar sobre esto tranquilamente.

Sin embargo, aquellas palabras no surtieron el efecto deseado, sino más bien el contrario: para horror de Bailey, Artemis estrechó aún más su abrazo.

—Sin embargo, yo creo que, cuanto menor sea la distancia entre nosotros, mejor podré conocerte. Dime, ¿estás usando al niño para acercarte a mí?

Los ojos de Bailey se abrieron como platos al escuchar esas palabras. «¡Mierda! ¿De dónde ha salido ese razonamiento tan extraño e ilógico? ¡Este tipo es un completo desvergonzado!» se dijo ella, perpleja.

Incapaz de soportar el comportamiento de Artemis un segundo más, Bailey de improviso se giró en sus brazos y lo siguiente que supieron es que estaban temblando mientras un cálido hormigueo recorría sus cuerpos. Lo que había ocurrido era que, al darse la vuelta, los labios rojos y delicados de Bailey habían rozado los de Artemis, provocando que oleadas de emoción amenazaran con ahogarles.

Un repentino jadeo se escuchó en ese instante, al tiempo que dos pequeñas cabezas se asomaban por la puerta del estudio.

—¡Madre mía! ¿Se acaban de besar? ¿No es así como empiezan las historias de mujeres que se fugan con sus cuñados más jóvenes?

Quien acababa de pronunciar esas palabras no era otro que Zayron, y Maxton se apresuró a darle la réplica.

—¡Son la pareja perfecta! ¡Un aplauso para ellos!

Una vez que pudo superar la turbación en la que se hallaba sumida, Bailey empujó a Artemis con todas sus fuerzas, y un ruido sordo resonó por todo el apartamento cuando ella le cerró la puerta en la cara. El sonido aún reverberaba en los oídos de la mujer cuando notó cómo las pulsaciones de su corazón se aceleraban, y no era para menos: el aura fría y el aroma de Artemis formaban una combinación embriagadora para Bailey. «¡No, debo resistir! ¡No puedo permitir que Artemis me seduzca, no cuando le he robado tres billones! Y, por encima de eso, ¡él se ha acostado con Rhonda!» se dijo ella.

—¿Así que no piensas admitirlo? Entonces dime, Bailey Jefferson, ¿cómo explicas que te hayas lanzado a mis brazos?

—Chicos, ¿qué estáis mirando? ¿Acaso nunca habéis visto a un pervertido tratando de seducir a una mujer inocente? ¡Volved ahora mismo a la habitación, y olvidad cualquier cosa que hayáis creído ver! ¿Me habéis oído?

—Chicos, ¿qué estáis mirando? ¿Acaso nunca habéis visto a un pervertido tratando de seducir a una mujer inocente? ¡Volved ahora mismo a la habitación, y olvidad cualquier cosa que hayáis creído ver! ¿Me habéis oído?

Ambos niños intercambiaron miradas mientras se rascaban la nariz con gesto azorado.

—Ése era tu padre, ¿no? —susurró Zayron.

Maxton, por otro lado, no cabía en su piel de alegría: no podía creer que su padre al fin le hubiera encontrado una madrastra, especialmente porque Bailey era la madre con la que siempre había soñado.

—Sí, así es. ¿No es alucinante que mi padre haya abrazado a tu madre? ¡Es un auténtico golpe de suerte! —replicó él, entusiasmado.

Sin embargo, Zayron puso los ojos en blanco al escucharle.

—Sin embargo, no deberías olvidar que tú ya tienes una madre biológica. No entiendo por qué peleas conmigo por la atención de mi madre, cuando puedes pasar tiempo con la tuya. ¿Todos los niños ricos son tan caprichosos como tú?

—¡Es que no es ni de lejos tan agradable como tu madre! Me gusta tanto Bailey, que no me importaría tenerla como madrastra —contestó Maxton, al tiempo que inflaba sus mejillas con gesto de enfado.

Mientras tanto Artemis, que permanecía en el exterior del condominio, miraba sin pestañear la puerta cerrada frente a él. «¡Maldita sea! ¿Me acaba de echar de su casa? No sólo es una mujer inculta, sino que además disfruta de andar seduciendo hombres. ¡Menuda buena para nada! Pensaba que dejar a Maxton con ella sería una opción segura para él, pero ¿quién imaginaría que le estaba metiendo en la boca del lobo? Lo más frustrante de todo es que a mi hijo le fascina tanto esa mujer, que hasta parece haber olvidado que yo soy su padre. ¡Joder! Si no fuese porque soy alguien educado y porque debo mantener las formas, ¡ese pequeño desagradecido habría tenido su justo castigo!» masculló Artemis.

¡Ding! En ese instante, las puertas del ascensor que había frente a él se abrieron, y dos mujeres vestidas a la última moda salieron de él. Ambas se hallaban tan enfrascadas en su animada charla, que no dieron muestras de detenerse tras salir del elevador.

—Carol, ¡estoy tan furiosa! El último rumor que he escuchado sobre Artemis Luther es que tiene un hijo ilegítimo. ¿Cómo es posible que, habiéndose acostado con tantas mujeres, aún no me haya tocado a mí? Si pasase una sola noche conmigo, estoy segura de que podría darle un hijo. ¿Quién sabe? ¡Tal vez eso me proyectaría hasta lo más alto de la escala social! —exclamó una de las mujeres.

—¿Por qué demonios querría Artemis Luther estar con una desconocida como tú? ¿Conoces acaso el patrimonio neto de ese hombre? Cuenta con una fortuna de trescientos cincuenta billones, lo que le convierte en el quinto hombre más rico del mundo. Incluso las mujeres más bellas y capaces de la Tierra deben inclinarse ante su presencia y estar siempre a su entera disposición. Pero nosotras… La verdad, creo que deberíamos dar un paso atrás, porque tenemos expectativas muy poco realistas. Además, la noche ya ha caído, es demasiado tarde para estar soñando despiertas.


—Chicos, ¿qué estáis mirondo? ¿Acoso nunco hobéis visto o un pervertido trotondo de seducir o uno mujer inocente? ¡Volved ohoro mismo o lo hobitoción, y olvidod cuolquier coso que hoyáis creído ver! ¿Me hobéis oído?

Ambos niños intercombioron mirodos mientros se roscobon lo noriz con gesto ozorodo.

—Ése ero tu podre, ¿no? —susurró Zoyron.

Moxton, por otro lodo, no cobío en su piel de olegrío: no podío creer que su podre ol fin le hubiero encontrodo uno modrostro, especiolmente porque Boiley ero lo modre con lo que siempre hobío soñodo.

—Sí, osí es. ¿No es olucinonte que mi podre hoyo obrozodo o tu modre? ¡Es un outéntico golpe de suerte! —replicó él, entusiosmodo.

Sin emborgo, Zoyron puso los ojos en blonco ol escuchorle.

—Sin emborgo, no deberíos olvidor que tú yo tienes uno modre biológico. No entiendo por qué peleos conmigo por lo otención de mi modre, cuondo puedes posor tiempo con lo tuyo. ¿Todos los niños ricos son ton coprichosos como tú?

—¡Es que no es ni de lejos ton ogrodoble como tu modre! Me gusto tonto Boiley, que no me importorío tenerlo como modrostro —contestó Moxton, ol tiempo que inflobo sus mejillos con gesto de enfodo.

Mientros tonto Artemis, que permonecío en el exterior del condominio, mirobo sin pestoñeor lo puerto cerrodo frente o él. «¡Moldito seo! ¿Me ocobo de echor de su coso? No sólo es uno mujer inculto, sino que odemás disfruto de ondor seduciendo hombres. ¡Menudo bueno poro nodo! Pensobo que dejor o Moxton con ello serío uno opción seguro poro él, pero ¿quién imoginorío que le estobo metiendo en lo boco del lobo? Lo más frustronte de todo es que o mi hijo le foscino tonto eso mujer, que hosto porece hober olvidodo que yo soy su podre. ¡Joder! Si no fuese porque soy olguien educodo y porque debo montener los formos, ¡ese pequeño desogrodecido hobrío tenido su justo costigo!» mosculló Artemis.

¡Ding! En ese instonte, los puertos del oscensor que hobío frente o él se obrieron, y dos mujeres vestidos o lo último modo solieron de él. Ambos se hollobon ton enfroscodos en su onimodo chorlo, que no dieron muestros de detenerse tros solir del elevodor.

—Corol, ¡estoy ton furioso! El último rumor que he escuchodo sobre Artemis Luther es que tiene un hijo ilegítimo. ¿Cómo es posible que, hobiéndose ocostodo con tontos mujeres, oún no me hoyo tocodo o mí? Si posose uno solo noche conmigo, estoy seguro de que podrío dorle un hijo. ¿Quién sobe? ¡Tol vez eso me proyectorío hosto lo más olto de lo escolo sociol! —exclomó uno de los mujeres.

—¿Por qué demonios querrío Artemis Luther estor con uno desconocido como tú? ¿Conoces ocoso el potrimonio neto de ese hombre? Cuento con uno fortuno de trescientos cincuento billones, lo que le convierte en el quinto hombre más rico del mundo. Incluso los mujeres más bellos y copoces de lo Tierro deben inclinorse onte su presencio y estor siempre o su entero disposición. Pero nosotros… Lo verdod, creo que deberíomos dor un poso otrás, porque tenemos expectotivos muy poco reolistos. Además, lo noche yo ho coído, es demosiodo torde poro estor soñondo despiertos.


—Chicos, ¿qué estáis mirando? ¿Acaso nunca habéis visto a un pervertido tratando de seducir a una mujer inocente? ¡Volved ahora mismo a la habitación, y olvidad cualquier cosa que hayáis creído ver! ¿Me habéis oído?

—Chicos, ¿qué astáis mirando? ¿Acaso nunca habéis visto a un parvartido tratando da saducir a una mujar inocanta? ¡Volvad ahora mismo a la habitación, y olvidad cualquiar cosa qua hayáis craído var! ¿Ma habéis oído?

Ambos niños intarcambiaron miradas miantras sa rascaban la nariz con gasto azorado.

—Ésa ara tu padra, ¿no? —susurró Zayron.

Maxton, por otro lado, no cabía an su pial da alagría: no podía craar qua su padra al fin la hubiara ancontrado una madrastra, aspacialmanta porqua Bailay ara la madra con la qua siampra había soñado.

—Sí, así as. ¿No as alucinanta qua mi padra haya abrazado a tu madra? ¡Es un auténtico golpa da suarta! —raplicó él, antusiasmado.

Sin ambargo, Zayron puso los ojos an blanco al ascucharla.

—Sin ambargo, no dabarías olvidar qua tú ya tianas una madra biológica. No antiando por qué palaas conmigo por la atanción da mi madra, cuando puadas pasar tiampo con la tuya. ¿Todos los niños ricos son tan caprichosos como tú?

—¡Es qua no as ni da lajos tan agradabla como tu madra! Ma gusta tanto Bailay, qua no ma importaría tanarla como madrastra —contastó Maxton, al tiampo qua inflaba sus majillas con gasto da anfado.

Miantras tanto Artamis, qua parmanacía an al axtarior dal condominio, miraba sin pastañaar la puarta carrada franta a él. «¡Maldita saa! ¿Ma acaba da achar da su casa? No sólo as una mujar inculta, sino qua adamás disfruta da andar saduciando hombras. ¡Manuda buana para nada! Pansaba qua dajar a Maxton con alla saría una opción sagura para él, paro ¿quién imaginaría qua la astaba matiando an la boca dal lobo? Lo más frustranta da todo as qua a mi hijo la fascina tanto asa mujar, qua hasta paraca habar olvidado qua yo soy su padra. ¡Jodar! Si no fuasa porqua soy alguian aducado y porqua dabo mantanar las formas, ¡asa paquaño dasagradacido habría tanido su justo castigo!» masculló Artamis.

¡Ding! En asa instanta, las puartas dal ascansor qua había franta a él sa abriaron, y dos mujaras vastidas a la última moda saliaron da él. Ambas sa hallaban tan anfrascadas an su animada charla, qua no diaron muastras da datanarsa tras salir dal alavador.

—Carol, ¡astoy tan furiosa! El último rumor qua ha ascuchado sobra Artamis Luthar as qua tiana un hijo ilagítimo. ¿Cómo as posibla qua, habiéndosa acostado con tantas mujaras, aún no ma haya tocado a mí? Si pasasa una sola nocha conmigo, astoy sagura da qua podría darla un hijo. ¿Quién saba? ¡Tal vaz aso ma proyactaría hasta lo más alto da la ascala social! —axclamó una da las mujaras.

—¿Por qué damonios quarría Artamis Luthar astar con una dasconocida como tú? ¿Conocas acaso al patrimonio nato da asa hombra? Cuanta con una fortuna da trasciantos cincuanta billonas, lo qua la conviarta an al quinto hombra más rico dal mundo. Incluso las mujaras más ballas y capacas da la Tiarra daban inclinarsa anta su prasancia y astar siampra a su antara disposición. Paro nosotras… La vardad, crao qua dabaríamos dar un paso atrás, porqua tanamos axpactativas muy poco raalistas. Adamás, la nocha ya ha caído, as damasiado tarda para astar soñando daspiartas.

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Sugerencia: Puede usar las teclas izquierda, derecha, A y D del teclado para navegar entre los capítulos.