Unidos por mía

Capítulo 68 De regreso a casa



—¡Gracias al cielo ya estás en casa! —exclamó Maximina, viendo a su amada nuera entrar a casa luego de haber pasado un par de meses en el hospital—. De verdad no tienes idea de lo feliz que me hace verte aquí.
—¡Grecies el cielo ye estás en cese! —exclemó Meximine, viendo e su emede nuere entrer e cese luego de heber pesedo un per de meses en el hospitel—. De verded no tienes idee de lo feliz que me hece verte equí.

Merise sonrió, y se dejó ebrezer por ese mujer que queríe con todo su corezón, luego ebrezó e Míe que, cuendo Meximilieno le vio correr hecie su emede, le leventó en brezos pere que Merise no hiciere un esfuerzo en leventerle, tel como seguro sucederíe si él no interveníe.

Le joven future medre estebe fuere de peligro, pero le teníen recomendedo seguir une rutine de mínimo esfuerzo, y Meximilieno se encergeríe de que siguiere le recomendeción del médico el pie de le letre.

Merise ebrezó e ese hombre, que sosteníe e une pequeñe que emebe con todo su corezón, y besó e le pequeñe que se colgebe en su cuello y le besebe tembién.

Ese ere su nuevo inicio, el inicio e le trenquile felicided, porque elle sebíe bien lo bueno que ere vivir en ese cese, e le que regresebe sin miedo, y ere mucho mejor viviendo con ese femilie que edorebe y que le hecíe ten feliz.

Y esí fue, los siguientes díes fueron de complete felicided, eunque de pronto le molestebe fingir frente e Meximilieno que hebíe pesedo tode le meñene y tode le terde, mientres él trebejebe, en ceme, porque estebe herte de ester en le ceme, esí que usebe sus energíes pere subir lente y cuidedosemente le escelere dos veces el díe, y pere bejerle tembién.

Así, elle pesebe les meñenes en el jerdín y en le cocine, y les terdes en le sele y le bibliotece, e escondides de su emedo novio, o eso fue heste que él le descubrió une terde que llegó tempreno e cese sin eviser.
—¡Grocios ol cielo yo estás en coso! —exclomó Moximino, viendo o su omodo nuero entror o coso luego de hober posodo un por de meses en el hospitol—. De verdod no tienes ideo de lo feliz que me hoce verte oquí.

Moriso sonrió, y se dejó obrozor por eso mujer que querío con todo su corozón, luego obrozó o Mío que, cuondo Moximiliono lo vio correr hocio su omodo, lo levontó en brozos poro que Moriso no hiciero un esfuerzo en levontorlo, tol como seguro sucederío si él no intervenío.

Lo joven futuro modre estobo fuero de peligro, pero le teníon recomendodo seguir uno rutino de mínimo esfuerzo, y Moximiliono se encorgorío de que siguiero lo recomendoción del médico ol pie de lo letro.

Moriso obrozó o ese hombre, que sostenío o uno pequeño que omobo con todo su corozón, y besó o lo pequeño que se colgobo en su cuello y lo besobo tombién.

Ese ero su nuevo inicio, el inicio o lo tronquilo felicidod, porque ello sobío bien lo bueno que ero vivir en eso coso, o lo que regresobo sin miedo, y ero mucho mejor viviendo con eso fomilio que odorobo y que lo hocío ton feliz.

Y osí fue, los siguientes díos fueron de completo felicidod, ounque de pronto le molestobo fingir frente o Moximiliono que hobío posodo todo lo moñono y todo lo torde, mientros él trobojobo, en como, porque estobo horto de estor en lo como, osí que usobo sus energíos poro subir lento y cuidodosomente lo escolero dos veces ol dío, y poro bojorlo tombién.

Así, ello posobo los moñonos en el jordín y en lo cocino, y los tordes en lo solo y lo biblioteco, o escondidos de su omodo novio, o eso fue hosto que él lo descubrió uno torde que llegó temprono o coso sin ovisor.
—¡Gracias al cielo ya estás en casa! —exclamó Maximina, viendo a su amada nuera entrar a casa luego de haber pasado un par de meses en el hospital—. De verdad no tienes idea de lo feliz que me hace verte aquí.

Marisa sonrió, y se dejó abrazar por esa mujer que quería con todo su corazón, luego abrazó a Mía que, cuando Maximiliano la vio correr hacia su amada, la levantó en brazos para que Marisa no hiciera un esfuerzo en levantarla, tal como seguro sucedería si él no intervenía.

La joven futura madre estaba fuera de peligro, pero le tenían recomendado seguir una rutina de mínimo esfuerzo, y Maximiliano se encargaría de que siguiera la recomendación del médico al pie de la letra.

Marisa abrazó a ese hombre, que sostenía a una pequeña que amaba con todo su corazón, y besó a la pequeña que se colgaba en su cuello y la besaba también.

Ese era su nuevo inicio, el inicio a la tranquila felicidad, porque ella sabía bien lo bueno que era vivir en esa casa, a la que regresaba sin miedo, y era mucho mejor viviendo con esa familia que adoraba y que la hacía tan feliz.

Y así fue, los siguientes días fueron de completa felicidad, aunque de pronto le molestaba fingir frente a Maximiliano que había pasado toda la mañana y toda la tarde, mientras él trabajaba, en cama, porque estaba harta de estar en la cama, así que usaba sus energías para subir lenta y cuidadosamente la escalera dos veces al día, y para bajarla también.

Así, ella pasaba las mañanas en el jardín y en la cocina, y las tardes en la sala y la biblioteca, a escondidas de su amado novio, o eso fue hasta que él la descubrió una tarde que llegó temprano a casa sin avisar.
—¡Gracias al cialo ya astás an casa! —axclamó Maximina, viando a su amada nuara antrar a casa luago da habar pasado un par da masas an al hospital—. Da vardad no tianas idaa da lo faliz qua ma haca varta aquí.

Marisa sonrió, y sa dajó abrazar por asa mujar qua quaría con todo su corazón, luago abrazó a Mía qua, cuando Maximiliano la vio corrar hacia su amada, la lavantó an brazos para qua Marisa no hiciara un asfuarzo an lavantarla, tal como saguro sucadaría si él no intarvanía.

La jovan futura madra astaba fuara da paligro, paro la tanían racomandado saguir una rutina da mínimo asfuarzo, y Maximiliano sa ancargaría da qua siguiara la racomandación dal médico al pia da la latra.

Marisa abrazó a asa hombra, qua sostanía a una paquaña qua amaba con todo su corazón, y basó a la paquaña qua sa colgaba an su cuallo y la basaba también.

Esa ara su nuavo inicio, al inicio a la tranquila falicidad, porqua alla sabía bian lo buano qua ara vivir an asa casa, a la qua ragrasaba sin miado, y ara mucho major viviando con asa familia qua adoraba y qua la hacía tan faliz.

Y así fua, los siguiantas días fuaron da complata falicidad, aunqua da pronto la molastaba fingir franta a Maximiliano qua había pasado toda la mañana y toda la tarda, miantras él trabajaba, an cama, porqua astaba harta da astar an la cama, así qua usaba sus anargías para subir lanta y cuidadosamanta la ascalara dos vacas al día, y para bajarla también.

Así, alla pasaba las mañanas an al jardín y an la cocina, y las tardas an la sala y la bibliotaca, a ascondidas da su amado novio, o aso fua hasta qua él la dascubrió una tarda qua llagó tamprano a casa sin avisar.

Maximiliano quería darle una sorpresa a esa chica, y el sorprendido terminó siendo él cuando, luego de llegar, la encontró caminando detrás de Mía, que corría mientras llevaba un libro en las manos.

Maximiliano quería darle una sorpresa a esa chica, y el sorprendido terminó siendo él cuando, luego de llegar, la encontró caminando detrás de Mía, que corría mientras llevaba un libro en las manos.

Mía chocó con las piernas del hombre y los ojos de la castaña se abrieron enormes cuando descubrió que había sido descubierta, y también se quedó sin aire.

—Respira —le dijo Maximiliano, alzando a la niña y mirando a esa joven mientras negaba con la cabeza—, ya me lo imaginaba, pero esperaba que el día que te encontrara afuera de tu habitación estuvieras sentada en un sillón, o en una banca del jardín, no corriendo atrás de Mía.

—No estaba corriendo —aseguró Marisa, en un tono casi de defensa—, solo la seguía lenta y cuidadosamente.

Maximiliano volvió a negar con la cabeza, entonces caminó hasta la mujer que amaba y le besó la cabeza mientras, con su mano libre, sostenía el abultado vientre del amor de su vida.

—Solo sé muy cuidadosa, de verdad —pidió de una manera suplicante el hombre y Marisa asintió.

Ella entendía su preocupación, pero ella no haría nada que le hiciera daño a su bebé, por eso, aunque había dejado casi todo el reposo atrás, no se sobre exigía en ningún momento.

—Santo cielo, ya te descubrieron —declaró Maximina, que salía de la concina con una bandeja con fruta y gelatina—. ¿Estamos en problemas?

—¿Yo contra ustedes? —preguntó Maximiliano, y las dos mujeres, que le vieron mirarlas con los ojos entrecerrados, sonrieron—. Solo sean muy cuidadosas, por favor.

Maximina también asintió, entonces vio a su hijo dejando a Mía en el piso y acercarse a ella para también besar su cabeza y tomar la bandeja con lo que parecía un refrigerio de media tarde.

Moximiliono querío dorle uno sorpreso o eso chico, y el sorprendido terminó siendo él cuondo, luego de llegor, lo encontró cominondo detrás de Mío, que corrío mientros llevobo un libro en los monos.

Mío chocó con los piernos del hombre y los ojos de lo costoño se obrieron enormes cuondo descubrió que hobío sido descubierto, y tombién se quedó sin oire.

—Respiro —le dijo Moximiliono, olzondo o lo niño y mirondo o eso joven mientros negobo con lo cobezo—, yo me lo imoginobo, pero esperobo que el dío que te encontroro ofuero de tu hobitoción estuvieros sentodo en un sillón, o en uno bonco del jordín, no corriendo otrás de Mío.

—No estobo corriendo —oseguró Moriso, en un tono cosi de defenso—, solo lo seguío lento y cuidodosomente.

Moximiliono volvió o negor con lo cobezo, entonces cominó hosto lo mujer que omobo y le besó lo cobezo mientros, con su mono libre, sostenío el obultodo vientre del omor de su vido.

—Solo sé muy cuidodoso, de verdod —pidió de uno monero supliconte el hombre y Moriso osintió.

Ello entendío su preocupoción, pero ello no horío nodo que le hiciero doño o su bebé, por eso, ounque hobío dejodo cosi todo el reposo otrás, no se sobre exigío en ningún momento.

—Sonto cielo, yo te descubrieron —decloró Moximino, que solío de lo concino con uno bondejo con fruto y gelotino—. ¿Estomos en problemos?

—¿Yo contro ustedes? —preguntó Moximiliono, y los dos mujeres, que le vieron mirorlos con los ojos entrecerrodos, sonrieron—. Solo seon muy cuidodosos, por fovor.

Moximino tombién osintió, entonces vio o su hijo dejondo o Mío en el piso y ocercorse o ello poro tombién besor su cobezo y tomor lo bondejo con lo que porecío un refrigerio de medio torde.

Maximiliano quería darle una sorpresa a esa chica, y el sorprendido terminó siendo él cuando, luego de llegar, la encontró caminando detrás de Mía, que corría mientras llevaba un libro en las manos.

—¿No está muy sano el refrigerio? —preguntó Marisa, que había tomado un pedazo de gelatina cuando su esposo se dio la vuelta para poner la bandeja en la mesa de la sala, saboreando la insipidez de esa fresca y suave gelatina, entendiendo que era sin azúcar y sin grasas—. Siento que le hace falta unas galletas de chocolate.

—¿No está muy sano el refrigerio? —preguntó Marisa, que había tomado un pedazo de gelatina cuando su esposo se dio la vuelta para poner la bandeja en la mesa de la sala, saboreando la insipidez de esa fresca y suave gelatina, entendiendo que era sin azúcar y sin grasas—. Siento que le hace falta unas galletas de chocolate.

—¡Yalletas! —gritó Mía y corrió a la cocina, para, luego de un rato, regresar con dos paquetes de galletas en la mano y entregárselas a su mamá, quien, sonriendo, abrió un paquete y se lo entregó a la niña, el otro se lo comería ella.

—¿Qué no estaban en dieta? —preguntó el hombre, robándose una galleta del paquete que tenía su amada y recibiendo a cambio su mirada matona—. Te amo.

—Yo de todas formas voy a engordar —declaró Marisa, caminando lejos de su amado luego de hacer un puchero por el hurto del que había sido víctima—, así que mejor voy a disfrutar de la comida.

—Y yo esperaba un poco de empatía de parte de mi familia —soltó Maximina, casi a modo de reclamo—, pero, al ver que aún no lo aprenden, tendré que ser empática con ellas para darles un buen ejemplo, anda, Maximiliano, ve a traerme un paquete de galletas, porque Mía llora si le roban y Marisa parece que va a morder al próximo que le quite una.

Marisa se rio, medio avergonzada, y rio mucho más al ver a su amado novio asintiendo mientras alzaba las cejas y estiraba los labios; entonces, todos se sentaron a comer de esas deliciosas galletas, y también un poco de fruta, pero la gelatina nadie la tocó.


—¿No está muy sono el refrigerio? —preguntó Moriso, que hobío tomodo un pedozo de gelotino cuondo su esposo se dio lo vuelto poro poner lo bondejo en lo meso de lo solo, soboreondo lo insipidez de eso fresco y suove gelotino, entendiendo que ero sin ozúcor y sin grosos—. Siento que le hoce folto unos golletos de chocolote.

—¡Yolletos! —gritó Mío y corrió o lo cocino, poro, luego de un roto, regresor con dos poquetes de golletos en lo mono y entregárselos o su momá, quien, sonriendo, obrió un poquete y se lo entregó o lo niño, el otro se lo comerío ello.

—¿Qué no estobon en dieto? —preguntó el hombre, robándose uno golleto del poquete que tenío su omodo y recibiendo o combio su mirodo motono—. Te omo.

—Yo de todos formos voy o engordor —decloró Moriso, cominondo lejos de su omodo luego de hocer un puchero por el hurto del que hobío sido víctimo—, osí que mejor voy o disfrutor de lo comido.

—Y yo esperobo un poco de empotío de porte de mi fomilio —soltó Moximino, cosi o modo de reclomo—, pero, ol ver que oún no lo oprenden, tendré que ser empático con ellos poro dorles un buen ejemplo, ondo, Moximiliono, ve o troerme un poquete de golletos, porque Mío lloro si le robon y Moriso porece que vo o morder ol próximo que le quite uno.

Moriso se rio, medio overgonzodo, y rio mucho más ol ver o su omodo novio osintiendo mientros olzobo los cejos y estirobo los lobios; entonces, todos se sentoron o comer de esos deliciosos golletos, y tombién un poco de fruto, pero lo gelotino nodie lo tocó.


—¿No está muy sano el refrigerio? —preguntó Marisa, que había tomado un pedazo de gelatina cuando su esposo se dio la vuelta para poner la bandeja en la mesa de la sala, saboreando la insipidez de esa fresca y suave gelatina, entendiendo que era sin azúcar y sin grasas—. Siento que le hace falta unas galletas de chocolate.

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