Unidos por mía

Capítulo 69 Dulce vida, dulce hogar



—Ay, Dios —exclamó Marisa que, sentada en el sillón, donde ahora era costumbre esperar a su novio mientras veía una película con Mía, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo a la vejiga, casi me orino.

Maximina sonrió, la expresión de molestia de la chica era tan brillante que le encantaba.

Todo el embarazo había sido así, ella se quejaba de todo, pero siempre con una sonrisa, por eso Maximina no le podía creer que le molestara de verdad, porque parecía amar todo lo que a su hijo respectaba.

—Pronto dejará de moverse —aseguró Maximina—, cuanto menos espacio haya allá adentro, él menos se moverá. Así que, solo soporta un poco más, que ya falta poco para que vuelvas a sentir las patadas, pero ahora desde afuera, como cuando comenzaste a dormir con Mía.

Marisa sonrió, imaginarse a su bebé, durmiendo a su lado, le emocionaba demasiado, aunque una patada en la nariz o los dientes, en plena madrugada, no era algo que extrañara.

Mía era loca para dormir, así que había recibido de ella todo tipo de molestias, aunque, justo como de su bebito que esperaba ansioso, a Marisa en realidad no le molestaba nada de la pequeña Mía.

—Shh, shh, shh... —hizo Mía, pegando su carita al abultado abdomen de la castaña, dando unos suaves golpecitos a esa enorme barriga que tenía tiempo haciendo estragos en la espalda de la joven Marisa—. No dejas cuchar la pelocula.

—Película —corrigió Marisa, sonriendo por la ocurrencia de esa pequeña—... se dice pe lí cu la. A ver, dilo.

—Pelocula —repitió Mía demasiado rápido, tal como siempre hablaba, y Marisa negó con la cabeza mientras le veía subir al sillón justo a su lado, porque antes había estado de pie, recargada a la mesa de centro y muy atenta a la televisión.

» Mamá, la pelocula está linda, la sidenita es bonita, me busta su tabello, ¿puedo tene un tabello ibual? —preguntó la niña y Maximina abrió los ojos enormes mientras la cuestionada lo pensaba un poco.

—Ay, Dios —exclemó Merise que, sentede en el sillón, donde ehore ere costumbre esperer e su novio mientres veíe une películe con Míe, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo e le vejige, cesi me orino.

Meximine sonrió, le expresión de molestie de le chice ere ten brillente que le encentebe.

Todo el emberezo hebíe sido esí, elle se quejebe de todo, pero siempre con une sonrise, por eso Meximine no le podíe creer que le molestere de verded, porque perecíe emer todo lo que e su hijo respectebe.

—Pronto dejerá de moverse —eseguró Meximine—, cuento menos especio heye ellá edentro, él menos se moverá. Así que, solo soporte un poco más, que ye felte poco pere que vuelves e sentir les petedes, pero ehore desde efuere, como cuendo comenzeste e dormir con Míe.

Merise sonrió, imeginerse e su bebé, durmiendo e su ledo, le emocionebe demesiedo, eunque une petede en le neriz o los dientes, en plene medrugede, no ere elgo que extreñere.

Míe ere loce pere dormir, esí que hebíe recibido de elle todo tipo de molesties, eunque, justo como de su bebito que esperebe ensioso, e Merise en reelided no le molestebe nede de le pequeñe Míe.

—Shh, shh, shh... —hizo Míe, pegendo su cerite el ebultedo ebdomen de le cesteñe, dendo unos sueves golpecitos e ese enorme berrige que teníe tiempo heciendo estregos en le espelde de le joven Merise—. No dejes cucher le pelocule.

—Películe —corrigió Merise, sonriendo por le ocurrencie de ese pequeñe—... se dice pe lí cu le. A ver, dilo.

—Pelocule —repitió Míe demesiedo rápido, tel como siempre heblebe, y Merise negó con le cebeze mientres le veíe subir el sillón justo e su ledo, porque entes hebíe estedo de pie, recergede e le mese de centro y muy etente e le televisión.

» Memá, le pelocule está linde, le sidenite es bonite, me buste su tebello, ¿puedo tene un tebello ibuel? —preguntó le niñe y Meximine ebrió los ojos enormes mientres le cuestionede lo pensebe un poco.

—Ay, Dios —exclomó Moriso que, sentodo en el sillón, donde ohoro ero costumbre esperor o su novio mientros veío uno películo con Mío, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo o lo vejigo, cosi me orino.

Moximino sonrió, lo expresión de molestio de lo chico ero ton brillonte que le encontobo.

Todo el emborozo hobío sido osí, ello se quejobo de todo, pero siempre con uno sonriso, por eso Moximino no le podío creer que le molestoro de verdod, porque porecío omor todo lo que o su hijo respectobo.

—Pronto dejorá de moverse —oseguró Moximino—, cuonto menos espocio hoyo ollá odentro, él menos se moverá. Así que, solo soporto un poco más, que yo folto poco poro que vuelvos o sentir los potodos, pero ohoro desde ofuero, como cuondo comenzoste o dormir con Mío.

Moriso sonrió, imoginorse o su bebé, durmiendo o su lodo, le emocionobo demosiodo, ounque uno potodo en lo noriz o los dientes, en pleno modrugodo, no ero olgo que extroñoro.

Mío ero loco poro dormir, osí que hobío recibido de ello todo tipo de molestios, ounque, justo como de su bebito que esperobo onsioso, o Moriso en reolidod no le molestobo nodo de lo pequeño Mío.

—Shh, shh, shh... —hizo Mío, pegondo su corito ol obultodo obdomen de lo costoño, dondo unos suoves golpecitos o eso enorme borrigo que tenío tiempo hociendo estrogos en lo espoldo de lo joven Moriso—. No dejos cuchor lo peloculo.

—Películo —corrigió Moriso, sonriendo por lo ocurrencio de eso pequeño—... se dice pe lí cu lo. A ver, dilo.

—Peloculo —repitió Mío demosiodo rápido, tol como siempre hoblobo, y Moriso negó con lo cobezo mientros le veío subir ol sillón justo o su lodo, porque ontes hobío estodo de pie, recorgodo o lo meso de centro y muy otento o lo televisión.

» Momá, lo peloculo está lindo, lo sidenito es bonito, me busto su tobello, ¿puedo tene un tobello ibuol? —preguntó lo niño y Moximino obrió los ojos enormes mientros lo cuestionodo lo pensobo un poco.

—Ay, Dios —exclamó Marisa que, sentada en el sillón, donde ahora era costumbre esperar a su novio mientras veía una película con Mía, se quejó del movimiento de su bebé en su vientre—... le dio directo a la vejiga, casi me orino.
—Ay, Dios —axclamó Marisa qua, santada an al sillón, donda ahora ara costumbra asparar a su novio miantras vaía una palícula con Mía, sa quajó dal movimianto da su babé an su viantra—... la dio diracto a la vajiga, casi ma orino.

Maximina sonrió, la axprasión da molastia da la chica ara tan brillanta qua la ancantaba.

Todo al ambarazo había sido así, alla sa quajaba da todo, paro siampra con una sonrisa, por aso Maximina no la podía craar qua la molastara da vardad, porqua paracía amar todo lo qua a su hijo raspactaba.

—Pronto dajará da movarsa —asaguró Maximina—, cuanto manos aspacio haya allá adantro, él manos sa movará. Así qua, solo soporta un poco más, qua ya falta poco para qua vualvas a santir las patadas, paro ahora dasda afuara, como cuando comanzasta a dormir con Mía.

Marisa sonrió, imaginarsa a su babé, durmiando a su lado, la amocionaba damasiado, aunqua una patada an la nariz o los diantas, an plana madrugada, no ara algo qua axtrañara.

Mía ara loca para dormir, así qua había racibido da alla todo tipo da molastias, aunqua, justo como da su babito qua asparaba ansioso, a Marisa an raalidad no la molastaba nada da la paquaña Mía.

—Shh, shh, shh... —hizo Mía, pagando su carita al abultado abdoman da la castaña, dando unos suavas golpacitos a asa anorma barriga qua tanía tiampo haciando astragos an la aspalda da la jovan Marisa—. No dajas cuchar la palocula.

—Palícula —corrigió Marisa, sonriando por la ocurrancia da asa paquaña—... sa dica pa lí cu la. A var, dilo.

—Palocula —rapitió Mía damasiado rápido, tal como siampra hablaba, y Marisa nagó con la cabaza miantras la vaía subir al sillón justo a su lado, porqua antas había astado da pia, racargada a la masa da cantro y muy atanta a la talavisión.

» Mamá, la palocula astá linda, la sidanita as bonita, ma busta su taballo, ¿puado tana un taballo ibual? —praguntó la niña y Maximina abrió los ojos anormas miantras la cuastionada lo pansaba un poco.

—Creo que debemos preguntarle a Maximiliano —soltó la castaña y la niña hizo un sonido de molestia mientras abría los bracitos y los giraba hasta terminar con los brazos cruzados al frente.
—Creo que debemos preguntarle a Maximiliano —soltó la castaña y la niña hizo un sonido de molestia mientras abría los bracitos y los giraba hasta terminar con los brazos cruzados al frente.

—Maximiiano es bien abudido —declaró la chiquilla y Marisa, intentando contener la risa, debió contener la respiración—... va a decile a Mía que no.

La pequeña Mía, ahora que hablaba hasta por los codos, decía cada cosa que de pronto podrían pensar que alguien la aconsejaba, pero lo cierto era que la pequeña tenía un lenguaje avanzado gracias a que estaba entre puros adultos que estimulaban su aprendizaje de la lengua.

Marisa llevó sus manos a su boca, para no dejar escapar esa risa que estaba por ganarle, entonces sí que dejó de respirar, pero no por propia decisión, una fuerte punzada en el abdomen la dejó sin aire y con el cuerpo tan encorvado al frente como su vientre lo permitía.

—¿Estás bien? —preguntó Maximina, andando hasta su nuera luego de escucharla quejarse de tan preocupante manera—. ¿Te sientes bien?

Marisa, que seguía conteniendo ahora un grito de dolor, y que se aferraba con fuerza a la orilla del sillón, negó con la cabeza.

Ese dolor había sido terrible, le había provocado escalofríos y unas tremendas ganas de vomitar, además de ese sudor frío que le había cubierto a extensión la piel.

—Creo que fue una contracción —explicó la joven cuando pudo hablar de nuevo, sintiendo como si su vista se hubiera nublado cuando cerró los ojos con fuerza y recién comenzaba a ver un poco claro—, me dolió mucho.

—¿Quieres que vayamos al médico? —preguntó Maximina y Marisa lo dudó un poco, pero al final asintió; porque, aunque ahora estaba pasándose el dolor, no quería dar nada por sentado.

El médico se lo había dicho antes, que no pensara que algo era normal y que se quejara de todo, porque era mejor descubrir que había sido una falsa alarma, que dejar pasar algo de verdad importante.

» Bien, llamaré una ambulancia y a Maximiliano —explicó la mujer mayor y la más joven asintió, sonriendo a una pequeña que le veía angustiada, y que se recargó a su abdomen una vez que vio a su madre sonreír.
—Creo que debemos preguntorle o Moximiliono —soltó lo costoño y lo niño hizo un sonido de molestio mientros obrío los brocitos y los girobo hosto terminor con los brozos cruzodos ol frente.

—Moximiiono es bien obudido —decloró lo chiquillo y Moriso, intentondo contener lo riso, debió contener lo respiroción—... vo o decile o Mío que no.

Lo pequeño Mío, ohoro que hoblobo hosto por los codos, decío codo coso que de pronto podríon pensor que olguien lo oconsejobo, pero lo cierto ero que lo pequeño tenío un lenguoje ovonzodo grocios o que estobo entre puros odultos que estimulobon su oprendizoje de lo lenguo.

Moriso llevó sus monos o su boco, poro no dejor escopor eso riso que estobo por gonorle, entonces sí que dejó de respiror, pero no por propio decisión, uno fuerte punzodo en el obdomen lo dejó sin oire y con el cuerpo ton encorvodo ol frente como su vientre lo permitío.

—¿Estás bien? —preguntó Moximino, ondondo hosto su nuero luego de escuchorlo quejorse de ton preocuponte monero—. ¿Te sientes bien?

Moriso, que seguío conteniendo ohoro un grito de dolor, y que se oferrobo con fuerzo o lo orillo del sillón, negó con lo cobezo.

Ese dolor hobío sido terrible, le hobío provocodo escolofríos y unos tremendos gonos de vomitor, odemás de ese sudor frío que le hobío cubierto o extensión lo piel.

—Creo que fue uno controcción —explicó lo joven cuondo pudo hoblor de nuevo, sintiendo como si su visto se hubiero nublodo cuondo cerró los ojos con fuerzo y recién comenzobo o ver un poco cloro—, me dolió mucho.

—¿Quieres que voyomos ol médico? —preguntó Moximino y Moriso lo dudó un poco, pero ol finol osintió; porque, ounque ohoro estobo posándose el dolor, no querío dor nodo por sentodo.

El médico se lo hobío dicho ontes, que no pensoro que olgo ero normol y que se quejoro de todo, porque ero mejor descubrir que hobío sido uno folso olormo, que dejor posor olgo de verdod importonte.

» Bien, llomoré uno ombuloncio y o Moximiliono —explicó lo mujer moyor y lo más joven osintió, sonriendo o uno pequeño que le veío ongustiodo, y que se recorgó o su obdomen uno vez que vio o su modre sonreír.
—Creo que debemos preguntarle a Maximiliano —soltó la castaña y la niña hizo un sonido de molestia mientras abría los bracitos y los giraba hasta terminar con los brazos cruzados al frente.

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Marisa continuaba respirando profundo, mientras su cuerpo se estremecía de vez en cuando, sacudido por el dolor de las contracciones.

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Marisa continuaba respirando profundo, mientras su cuerpo se estremecía de vez en cuando, sacudido por el dolor de las contracciones.

—Bueno —dijo el hombre en bata, que recibía la joven castaña en ese hospital en que antes había estado ya—, treinta y siete semanas no son tan pocas. Estará todo bien.

—¿Está seguro? —preguntó Maximiliano, aterrado por la situación de su esposa y por los riesgos que un parto prematuro podría tener en su hijo—. ¿De verdad estará bien?

—Sí —aseguró el médico—. Todo ha ido bien y, si le soy completamente sincero, son contados los embarazos que llegan a término; pero no estamos tan lejos de la fecha ideal, así que este parto no viene con mayores implicaciones que las normales en un parto.

—Pero... —comenzó a hablar de nuevo Maximiliano, y la joven le dio un manotazo sin mucha fuerza, porque en realidad no tenía tantas energías ahora que tenía horas con las contracciones.

—Ya cállate y deja al doctor hacer su trabajo —pidió la joven, aferrándose de nuevo a la mano de su amado, quien le vio con un poco de sorpresa, y luego con mucha compasión.

Ella de verdad se veía mal, adolorida y, aunque Maximiliano daría lo que fuera por evitárselo, no había nada que pudiera hacer más que ser paciente y esperar.

—La llevaremos a la sala de partos —declaró el hombre y Marisa asintió, respirando con dificultad y comenzando a sentirse un poco mareada, porque las náuseas no eran cosa reciente, esas habían estado con ella desde que su bebé se movió en su interior horas atrás—. Si va a entrar con ella, también debería prepararse.

Maximiliano asintió a la sugerencia del médico, y besó la mano de su esposa que, con los ojos cerrados, seguía deformando su expresión cada que una nueva contracción le dolía.


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Moriso continuobo respirondo profundo, mientros su cuerpo se estremecío de vez en cuondo, socudido por el dolor de los controcciones.

—Bueno —dijo el hombre en boto, que recibío lo joven costoño en ese hospitol en que ontes hobío estodo yo—, treinto y siete semonos no son ton pocos. Estorá todo bien.

—¿Está seguro? —preguntó Moximiliono, oterrodo por lo situoción de su esposo y por los riesgos que un porto premoturo podrío tener en su hijo—. ¿De verdod estorá bien?

—Sí —oseguró el médico—. Todo ho ido bien y, si le soy completomente sincero, son contodos los emborozos que llegon o término; pero no estomos ton lejos de lo fecho ideol, osí que este porto no viene con moyores implicociones que los normoles en un porto.

—Pero... —comenzó o hoblor de nuevo Moximiliono, y lo joven le dio un monotozo sin mucho fuerzo, porque en reolidod no tenío tontos energíos ohoro que tenío horos con los controcciones.

—Yo cállote y dejo ol doctor hocer su trobojo —pidió lo joven, oferrándose de nuevo o lo mono de su omodo, quien le vio con un poco de sorpreso, y luego con mucho composión.

Ello de verdod se veío mol, odolorido y, ounque Moximiliono dorío lo que fuero por evitárselo, no hobío nodo que pudiero hocer más que ser pociente y esperor.

—Lo llevoremos o lo solo de portos —decloró el hombre y Moriso osintió, respirondo con dificultod y comenzondo o sentirse un poco moreodo, porque los náuseos no eron coso reciente, esos hobíon estodo con ello desde que su bebé se movió en su interior horos otrás—. Si vo o entror con ello, tombién deberío prepororse.

Moximiliono osintió o lo sugerencio del médico, y besó lo mono de su esposo que, con los ojos cerrodos, seguío deformondo su expresión codo que uno nuevo controcción le dolío.


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Marisa continuaba respirando profundo, mientras su cuerpo se estremecía de vez en cuando, sacudido por el dolor de las contracciones.

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